Dos figuras en un espacio interior vacío, un hombre y una mujer. Él, inerte, yace en el suelo mientras ella práctica una coreografía personal con un pequeño problema, ambos están unidos por una pierna con cinta americana. Cada movimiento de la bailarina repercute y arrastra a su pareja, unida a la fuerza. Él no hace nada, salvo, en ocasiones susurrar algún gemido. Ella, sin hacer caso a su ortopedia humana, intenta continuar con sus desplazamientos con gran esfuerzo.

«Mi destino, desde ahora mi delicia, Como un predestinado seguiré; Condenado inocente, mártir dócil Cuyo fervor se acrece en el suplicio». Charles Baudelaire, El Leteo.

Trabajo extremadamente sencillo: luz ambiente, plano general fijo y la acción se desarrolla a tiempo real delante de la cámara, utilizada como un observador ajeno a la escena. Cualquier tipo edición o aditamento tecnológico a esta puesta en escena desnuda entorpecería las ideas básicas y su calidad sensible. Una bailarina intenta efectuar su danza con gran dificultad ya que tiene adherida a su pierna derecha la pierna izquierda del propio Javier Núñez Gasco, tirado en el suelo, casi inconsciente, un peso muerto amarrado a su extremidad. Los movimientos de una improvisada secuencia coreográfica de ella provocan visibles dolores en ambos. Los prolongados intentos de danzar consiguen proyectar el sufrimiento en el espectador, que ante la veracidad sin truco de la escena se angustia cada vez más.

El drama cotidiano podría ser la moraleja de este vídeo, hombre que depende de la mujer a la que está íntimamente unido y cuya mutua dependencia frustra cualquier iniciativa de progreso de la misma. También podría interpretarse como una representación metafórica de la violencia doméstica. Pero, del mismo modo, se podría observar como un trasunto del cuento de Andersen donde el soldado roto es ayudado por el amor y ternura de la bailarina fundiendo sus corazones. Cualquier explicación sobra ante la fuerza de la imagen y el sufrimiento de sus intérpretes.