Noches hay muchas, más de mil y una. La que aquí presenta Toni Serra está formada por terribles agentes psíquicos que se filtran a través de los tubos catódicos hasta nuestros salones, nuestros dormitorios, hasta el interior mismo de nuestras conciencias. Aquí el espectador es el perseguido, el que huye.

Esta pieza, producida por Toni Serra en al año 1994 es, en definitiva, otra película más de muertos vivientes, zombis vueltos a la vida para extender la muerte, una muerte, claro, necesaria para la vida, pero ¿a qué vida nos referimos en este caso? En la respuesta a esta pregunta, reside, quizá, el elemento que hace de la película otra cosa, algo distinto.

Acaso ahí, en la vida que se intuye a lo largo de los nueve minutos que dura este vídeo, es donde su significado oculto parece mostrarse. Desde el principio y hasta su conclusión la imagen de un altavoz “latiendo”, como si de un corazón se tratase (¿existe algún otro símbolo más asociado a la vida que éste?), permanece, a modo de indicador, como una señal capaz de marcar un tiempo, un ritmo que nos sirve de referencia, unas coordenadas sobre las que componer todos estos fragmentos mediáticos que conforman La Noche de Toni Serra.

El imaginario de la publicidad, el fantasma del /marketing/, estará siempre presente y, así como sucede en la vida misma, aquí también se situará en un segundo plano, pero suficientemente presente como para definir nuestras subjetividades; es decir, los modos de mediación entre la vida y nosotros, aquello que hay entre yo y el mundo.

Los estereotipos que la maquinaria mediática produce (de la que Serra se sirve para extraer las escenas que aquí contemplamos) nos persiguen, van a por nosotros, nos quieren alcanzar. Nosotros corremos, huimos, tratamos de escaparnos, corremos como lo hace la chica en la película; pero, por más que lo intentamos, siempre nos alcanzan, como a ella; siempre nos encuentran, nos atrapan, nos poseen. Nosotros, meros cuerpos vivientes expuestos a las mil y una pesadillas publicitarias nos convertimos ―como parece mostrarnos esta película― en un eslabón más de esa ¿infinita? cadena de significados y significantes que la emisión de los /mass media monsters/ produce.

Hemos crecido con ellos, y en ellos nos hemos convertido en muchas ocasiones.

En su gran metáfora de la caverna, Platón describe la miserable condición de unos prisioneros condenados a confundir el reflejo de la realidad con la realidad misma. Esa misma miseria es la que no deja de perseguirnos cuando la noche de Serra se cierne sobre nosotros para atemorizarnos. Esperemos, pues, que, en el asombro que tal experiencia produce, podamos, al menos, descubrir parte de la verdad.

Ojalá ese martillo que sobrevuela la pantalla en la toma con la que se cierra la película logre un día derribar todas las puertas que nos mantienen prisioneros de nuestros propios deseos. Ojalá.